jueves, septiembre 21, 2006

El Perro y el Conejo


Junio 22 de 2006
Dedicado a José Luis

Esta es la historia de Juanito, el perro. Cazador de gatos, ratones, lauchas, gorriones, gallinas, abejas, moscas y conejos. Odiado en el vecindario por otros perros, porque a todos les ganaba la pelea… odiado por los vecinos porque no los dejaba entrar, odiado por la gente que pasaba por la calle cuando él estaba asomado y apoyado con sus manos en la puerta de calle y odiado a muerte por el perro de al lado. Saltador olímpico de las panderetas (en varias ocasiones se pasó pal lao a pegarle al perro de allá). Alimentado con comida casera, se comía el zapallo cuando pillaba a mi tía descuidada con el carro de la feria. Se comía las tunas con cáscara sin importarle las espinas y se comía las paltas que iban cayendo desde el palto. Flatero por naturaleza (seguramente su hígado estaba malo de tanto comer paltas verdes). Y ladrón de presas de pollo asadas (cuando una vez mi tía hizo un asado con sus amistades del trabajo y éstos se descuidaron con los platos). Bautizado como Juanito, por un colega de mi tía, al que ella quería mucho.

Y es la historia de Martín, el conejo. Comedor de pasto, lechugas, zanahorias, apio y otras verduras. Roedor por naturaleza… acostumbrado a asomar sus dientecillos para mordisquear la reja de su jaula. Inocente y tranquilo. Bautizado como Martín Conejín por los chiquillos que leían una revista donde salía un conejo como protagonista.

Juanito llegó a la casa un sábado por la mañana. Mi papi se dirigía a su trabajo y lo encontró en la calle. Cuando perdimos a nuestro perro anterior, un boxer llamado “Greco”. Llamamos a los carabineros, y como es de suponer, no encontraron al ladrón… pero un paco le dijo a mi papi “lo que está en la calle es de nadie”. Entonces mi papi vió aquel cachorro solitario, lo tomó en brazos y se lo llevó a la casa.

Martín llegó un día de semana. La tía Eliana que venía de Talca, lo trajo en un canasto que parecía para transportar serpientes, por su altura, su forma y la tapa que tenía. Venía con su polola, una conejita linda como él… pero que por nuestro descuido se arrancó a la calle y nunca más supimos de ella, dejando de esta manera, viudo a nuestro conejito.

Juanito, era mezcla de pastor alemán y coli. De hocico alargado, pelo muy largo negro, pecho blanco, manos, zapatos y cejas cafés.

Martín, era un conejo silvestre, no blanco, ni negro. Café, con un pelaje suave y lustroso muy parecido en el color a las plumas de los patos silvestres.

Nosotros, amantes de los animales, pasábamos tomando en brazos a Martín para acariciarlo, tocar sus orejitas y agarrarle su rabito blanco. Cuando hacíamos esto, Juanito siempre lo aguaitaba, acechándolo, deseoso de capturarlo (es que él perseguía todo lo que se moviera). Cuando Martín corría Juanito volaba tras de él… y nosotros tras Juanito, por temor a que lo mordiera.

La jaula de Martín, era de tres pisos. El primer piso era su baño, el segundo era su sala de estar y donde caían todas las verduras que tirábamos por la puerta del primer piso. Por el primer piso él entraba a su mansión. Las tablas de su jaula estaban medio podridas y con el roer de los dientes de Martín se fueron desgastando más y más. Héctor era quien la arreglaba y le limpiaba la caca cada vez que podía (cuando viajaba a Santiago porque estudiaba en Talca).

Mi tía compraba en la feria plantas nuevas para su jardín, las que plantábamos los días domingo, pero pocos días después de estas faenas mi tía se preguntaba “¿Y qué pasó con las plantas?” No había explicación, las plantas amanecían mochas. Alguien se las había comido. Mirábamos a Martín y él inocentemente mascaba sus ramas de apio y sus zanahorias dentro de su jaula.

Al poco tiempo nos dimos cuenta que el perla (Martín), por las noches salía a dar un paseo por el jardín y de paso pasaba a saborear las flores de mi tía. Por las mañanas amanecía en su jaula como si nada. Tardamos en descubrir que su jaula tenía un orificio que él mismo había roído. Eso demostraba que era un conejo inteligente. Lo pillamos al sentir el alboroto de Juanito por querer atraparlo. Desde ese momento ya no pudo salir más a pasear porque le tapiaron su salida.

Juanito lo quería después de todo. Eran compañeros. Juanito lo olfateaba cuando lo veía en su jaula masticando zanahorias.

Un día, no me acuerdo quien de nosotros, fue a darle comida a Martín y lo encontró tieso y con los ojos abiertos en su jaula. Juanito se puso triste, y a los pocos días lo siguió… como siempre lo hacía.

Foto: Juanito en brazos, mi hermano Iván y Martín sobre la mesa