jueves, abril 27, 2006

La Elección

A veces las circunstancias de la vida te obligan a tomar decisiones.
Muchas veces son decisiones que uno jamás,
ha pensado que algún día tomará.


Yo vivía feliz en casa de mi tía. Cuando pensaba en mi futuro, me veía en la casa, cuidando mis plantas, leyendo libros, viendo películas del cable, escuchando música y entregándole todo mi amor a mis animales. Ese mundo llenaba todas mis expectativas. Una vida tranquila y apacible, donde podría hacer las cosas que me gusta hacer.

Pero ese sueño se destruyó el día que mi tía Haydée me echó de la casa. Primero por haber tenido ese “affaire” con Luis y luego por haberme acercado a mi madre y a mi hermana.

Me estaba enfermando de los nervios con aquella situación. Mi mamá me ofreció su casa. Pero yo no quería vivir con ella. Ella, no quería que arrendara, quería que comprara.

Comencé a tirar líneas en mi cuaderno de cuentas y me hice el firme propósito de comprar.

Así… llegué a Quilicura con mi gran amiga Romy, un hermoso primero de octubre. Hacía un sol esplendoroso. La calle donde nos bajamos del metrobus (O’Higgins) era preciosa. En realidad es una avenida con un gran bandejón central, lleno de pasto y árboles. Fuimos a conocer las casas piloto. Me encantaron las casas. Me fascinó el gran parque a cuyo alrededor se construían las casas y que daba el nombre a la villa “Parque Central”. Me gustó el acceso privado (como condominio), el entorno, rodeado de cerros y de casas hermosas, la construcción de las casas, la distribución de los espacios, los grandes ventanales que llenan la casa de luz, la cocina espaciosa, las terminaciones y todo en general.

Cuando la Romy me dijo que fuera a pedirle un cheque a mi hermana para reservar la casa, me dio miedo. Ahí dimensioné la magnitud de lo que estaba haciendo. ¡Comprar una casa! Iba a contraer una deuda de años. Era algo inmenso, algo que debía costear yo sola con mi trabajo y mi esfuerzo.

Mi amiga, ya propietaria y con más experiencia me envalentonó y comencé los trámites del Crédito Hipotecario. Un crédito a 30 años, para pagar una casa de 1.300 Unidades de Fomento.

Yo quería una casa hermosa, no una casa básica. Quería que tuviera tres dormitorios (porque soñaba que con Gonzalo tendríamos dos hijos y si teníamos uno solo, quería tener una habitación para alojados). Quería tener un lugar para mi computador y mi conexión a Internet, una cocina grande, donde poder preparar todas las cosas que sé hacer. Por todo eso, quería una casa de más de 1.200 UF.

Sin tener un veinte ahorrado, me embarqué en varios préstamos (de los cuales mi mamá me ayudó a pagar uno) para pagar el pie que me exigían.

Cuando tenía todo listo, de sopetón le dije a mi tía que me iba de la casa. Ella no lo podía creer. Fue cosa de días. Me avisaron de la Inmobiliaria que tenía que ir a recibir las llaves de mi casa. Me acompañaron mis fieles amigas: Paola, Jenny y Romy.

Arrendé un camión y un 8 de diciembre del año 2003, me las enfilé hacia mi nuevo domicilio. Me acompañó en el traslado mi madre y mi fiel amiga Paola. Iván me ayudó a cargar las cosas al camión (que dicho sea de paso, lo llené. Nunca imaginé que tendría tantas cosas que llevarme. Cosas que había ido atesorando a través de mis años de trabajo). Me sentía ansiosa y emocionada. Mi tía ni me miraba. Cuando terminamos de cargar el camión me fui a despedir de ella. No me dio la cara. Así que me fui con la garganta apretada y con la vista nublada por las lágrimas. Salí de aquella casa casi llorando, con mi amiga Pao. Y ahí… comenzó mi aventura.

Llegué a Quilicura en la cabina del camión (tenía que guiar al chofer pues era la única que sabía el camino) y me instalé en mi casa. ¡Mi casa! El lugar donde yo era la dueña, donde nadie me podría echar.

Cuando llegué a casa mi maestro de cabecera me estaba haciendo las protecciones y la reja. Él me ayudó a descargar el camión. Me armó el closet, el sofá cama, instaló la cocina y me ayudó en varias cosas domésticas.

La Pao me acompañó en mi primera noche en casa. Dormimos en los colchones del sofá cama, que pusimos en el suelo alfombrado de uno de los dormitorios del segundo piso.

Nunca imaginé que algún día viviría sola. Nunca pensé, que tendría una casa, que elegiría las cosas a mi gusto y que las haría a mi manera, que yo sería quien decidiera cómo y cuando se harían las cosas.

Mi casa es mi orgullo. Es un gran logro que he cumplido (aunque aún me falten 28 años para terminar de pagarla). Es el esfuerzo más grande de mi vida y es mi razón de existir. En ella vivo contenta. En ella me siento realizada. Ella me protege y me cobija, ella… es como mi hija, a la que debo cuidar, hermosear y proteger, y es ¡mía! Mía sola.