miércoles, marzo 22, 2006

Primero de Noviembre


Noviembre 01 de 2002
Como todos los primeros de noviembre, vamos los tres: mi tía Haydée, Iván y yo, al cementerio a ver a mi papá, a mi tío Hugo, a mi abuelita, mi abuelito y mi tío Jorge.

Nos levantamos temprano y partimos para allá. El cementerio está ubicado a un costado de la Carretera Norte-Sur, la Panamericana (esta carretera recorre todo Chile, por ella me voy a Talca a ver a Héctor) y siempre hay una masa de gente. Todos tratando de llegar a la Pasarela. Los carabineros, (los pacos), están por todas partes tratando de hacer menos dificultoso el camino pero ya hay un dicho que dice: "donde hay paco, hay taco" y parece que es verdad.

Bueno, toda esta masa de gente trata de subir a la pasarela, otros vienen bajando y tampoco pueden permitir que suba mucha gente porque se puede ir abajo. Me daba risa escuchar como la gente opinaba y trataba de arreglar las cosas con sólo palabras, todos daban ideas de cómo hacerlo más expedito y yo escuchaba y me reía. Si todo pudiera solucionarse tan solo hablando, que fácil sería la vida.

Una vez que cruzamos, nos dirigimos a comprar flores. Llevábamos crisantemos, alelíes dobles, varitas de San José y una flor que traíamos desde casa. La única que era digna de ir al cementerio a hermosear la tumba de mi padre. Una varita de Ave del Paraíso, o más conocida como flor del pájaro. Las demás flores de nuestro jardín ya habían pasado, es decir ya habían florecido y no había ninguna más, que reuniera las condiciones para irse a ornamentar la lápida.

Ahí quedó entonces la hermosa vara color naranja y azul, adornando, junto con las demás flores blancas. Si hasta parecía sentirse orgullosa de estar ahí, entre las otras que venían procedentes de otros invernaderos, en cambio ella… sentíase dichosa porque era la única que había sido cortada especialmente para la ocasión. Estaba erguida y muy altiva disfrutando de los rayos de sol y miraba por sobre el hombro a las demás. Claro, tenía porqué sentirse orgullosa, porque mi padre la había comprado, se la había comprado a mi tía, (digo la mata) y nunca antes había florecido.

Hoy, era la primera vez que alguna flor de esa mata iba al cementerio. Mi papi nunca la vio florecer y mi padre falleció hace más de 16 años.

En fin, como siempre, la sepultura familiar se veía bonita, llena de blancas flores que danzaban y se ondulaban con el susurro del viento, alegres y dichosas festejando este día.