martes, marzo 21, 2006

La Infancia


25 de Abril de 2002

Quiero contar un poco cómo fue mi infancia, que, a pesar del sufrimiento de la separación de mis padres, fue una infancia linda, larga y feliz.

Vivíamos con mis abuelitos que nos trataban muy bien. El abuelito era un gran cocinero, yo creo que de ahí vienen mis dotes culinarias. Él siempre hacía unas sopas de verduras muy ricas, le ponía de todas las verduras imaginables, todas picadas muy fino y con fideos cabellos. Sus sopas eran deliciosas.

Cuando en casa comíamos pollo a él siempre le daban la pechuga, pero él nunca se la comía completa, sacaba una rebanadita y el resto lo guardaba en el refrigerador y al día siguiente nos hacía unos sandwich de pollo con esa misma pechuga que había guardado, claro que tenía que cortarlas como telas de cebolla para que alcanzara para todos, luego las condimentaba con aceite y sal.

Todos los días era él quien nos preparaba el desayuno en la mañana para irnos a la escuela, en muchas ocasiones nos preparaba sandwich de huevo duro molido con ajo, no imaginan el dragón con el que íbamos al colegio. Ahora sé porqué nadie se sentaba mi lado en la escuela.

Con mis hermanos nos llevamos como un año y medio cada uno. Cuando estábamos en la básica éramos bien pobres, no había recursos para comprar juguetes y cosas que ahora los cabros chicos tienen por montones. Nosotros nunca teníamos plata para eso. Pero Héctor, se las ingeniaba para hacer figuras humanas de papel. Tomaba los cartones de las virutillas para el piso y dibujaba indios, la caballería Norteamericana y sus respectivos caballos. Luego las recortaba y jugaban con ellos, a los hombres les hacían un corte con la tijera entre las piernas y eso hacía que montaran los caballos. Se tiraban al suelo a jugar y colocaban los largos ejércitos en las separaciones de las tablas del piso.

Como estos juguetes no eran muy duraderos ya que estaban hechos de una especie de cartulina. Héctor ideó la forma de hacerlos de madera. Para ello, iba al "cuarto" y hacía las figuras con las herramientas de mi papi y la madera de mi abuelito. Yo siempre alegaba porque no podía participar de estos juegos porque eran juegos de hombre. Era tanto lo que yo hinchaba por jugar con ellos, que para una Navidad, Héctor me hizo una docena de mujeres de madera, con vestidos de distintos colores (pintados con acuarela, último de rasca porque cuando llovía se despintaban enteras) pero la intención era la importante. Fue el mejor regalo que recibí en esa Navidad. Yo estaba feliz, por fin podía jugar con ellos.

Como en todas partes en donde se encuentre un hombre y una mujer es inevitable la atracción... comenzamos a formar parejas entre las figuras de madera. Debo señalar antes que había de todas las especies de figuras, desde soldados Alemanes, Americanos, Mohicanos, Araucanos, Vikingos, superhéroes, etc. (a Héctor le gustaba la variedad) Bueno, a veces hacían guerras entre los Alemanes y los Americanos y éstas eran tan violentas que todo terminaba en un gran incendio provocado por ellos, donde moría gran parte de la población. De repente los chiquillos se arrepentían de la masacre y sacaban los monos del fuego y muchos quedaban lisiados, faltándoles un brazo o una pierna. Había uno en especial, el señor Granaderos (porque tiraba granadas) que quedó con medio cuerpo solamente, no tenía piernas, entonces Héctor le hizo una silla de ruedas. Menos mal que eso no fue impedimento para que se casara con una de mis mujeres, previa confección del curita que debía oficiar la misa de matrimonio. Y así fue naciendo el pequeño pueblo de madera, gran orgullo de la familia. Yo elegía a los hombres más guapos que se iban a casar con mis mujeres y luego Héctor nos hacía la descendencia haciendo niños de diversas edades.

También les hacía sus casas de madera, con sus respectivos techos (no era al lote la cosa tampoco) y todo quedaba cimentado en un gran tronco cuadrado medio apolillado que teníamos y que estaba pegado a la pared. Era realmente divertido jugar ahí. Los chiquillos se levantaban en la mañana, tomaban desayuno y se iban directo al pueblo a jugar y yo, los seguía también. Muchas veces despreocupaba el aseo y el almuerzo por ir a jugar. Estábamos como hasta las dos de la tarde jugando y luego volvíamos en la tarde (después de almuerzo). Era un gran vicio que nos hacía muy felices. A mí me daba rabia tener que ir a cocinar en circunstancias que los chiquillos se quedaban jugando todo el día. Yo quería jugar todo el día igual que ellos.
Siempre fuimos muy unidos para jugar y para todo. Y por eso digo que mi infancia fue larga, porque yo jugué como hasta los 15 años con ellos. Mientras otros niños de esa edad ya estaban pensando en pololear nosotros nos divertíamos jugando. Siempre encerrados en nuestra casita.

En verano, el ciruelo que había en ese entonces, junto a la terraza (hace unos años se secó) nos agraciaba dándonos sus ricos frutos amarillos y grandes. A la Jany – nuestra prima - le encantaban esas ciruelas porque su pulpa es blanda y dulce como la de los damascos. Las ciruelas caían a medida que iban madurando reventándose en el piso y los chiquillos hacían guerras con ellas, lanzándoselas en la ropa en la cara o donde se estrellaran. Cuando ya no encontraban más ciruelas en el suelo se subían al techo a sacar las que caían ahí y seguían con la guerra. Claro que cuando los pillaba mi tía los mandaba de un aletazo a ducharse y a cambiarse ropa.

Como ya dije, desgraciadamente el ciruelo se secó, y ya no dio más su frondosa sombra sobre la terraza. Pero antes de morir, dejó diseminada su semilla, por varios sectores del patio de nuestra casa, así que continuamos deleitándonos con sus frutos, claro que ahora es la Dinky (nuestra perrita) quien las saborea a medida que van cayendo.

El ingenio de Héctor era tan ilimitado que hasta nos hacía álbumes en los cuadernos viejos para que jugáramos y él mismo hacía las figuritas que teníamos que pegar en el álbum. Y como todo juego tenía que ser lo más real posible... nunca hacía la figura difícil de encontrar. Y nos tenía así metidos sin poder completar el álbum.

Muchas veces en verano nos tocaba asear la casa, bueno, para hacer la tarea más grata y entretenida nos dividíamos el trabajo haciendo competencias. Héctor hacía una lista en la que colocaba:

"Iván: 1. Hacer las camas; 2. Limpiar vidios; 3. Ayudar a correr los muebles... Hora de término 14:30"
"Angélica: 1. Virutillar y encerar el Living y el comedor, 2. Lavar los platos... Hora de término: 14:00"

Y él también se hacía su lista para realizar. Cuando se cumplía el plazo, Héctor en tenida de encerar (pantalón corto, zapatillas y polera) iba al ropero, sacaba una chaqueta de mi papi y una corbata y se la colocaba, junto con un papel hecho por él mismo, que se pegaba en la solapa y en donde se podía leer la palabra “Juez”. E inspeccionaba lo que habíamos hecho colocándonos nota o sancionándonos en caso que no lo hubiésemos hecho correctamente.

A veces también para entretenernos cuando aseábamos la casa, se nos ocurría colocar en el viejo tocadiscos del equipo, todos los discos 45 que tenía mi papi. Teníamos que colocarlos uno por uno y darlos vuelta, ya que sólo traían una canción por lado. Terminábamos con dolor de cabeza tanto escuchar discos. Otras veces colocábamos los discos 33 (long play) y otras, los antiguos discos de vinilo (los 78). Esas eran las tres clasificaciones de las revoluciones que tenían los tocadiscos. Quizás por eso también somos buenos coleccionistas de música. A los tres nos gusta comprar nuestros discos (menos el Héctor en realidad, porque él piratea). Y los tres tenemos, cada cual por separado, una colección muy variada. También fue mi papi el que nos lo inculcó, comprando sus discos y escuchándolos a todo chancho los fines de semana.

Lo pasábamos súper bien. No faltaba porqué reírnos en casa y no faltaba en qué entretenerse. Por eso digo que mi infancia fue larga…linda… y feliz...