martes, marzo 28, 2006

La Herencia

Enero, 9 de 2003

El abuelito era carpintero, pero, como "en casa del herrero cuchillo de palo", nunca terminaba los muebles que hacía para su propia casa, razón por la cual, cansados de esperar, tenían que comprar muebles hechos.

Tenía él, un lugar donde hacía los muebles y donde guardaba la madera junto con sus herramientas. Ese lugar estaba lejos de la casa y lo llamábamos “El Cuarto". También era "El Cuarto", porque ahí guardábamos todo el cachureo que no cabía en nuestra casa: Botellas, diarios, revistas, tarros de pintura, muebles viejos, etc.

En el Cuarto, había una prensa muy grande donde el abuelito ponía la madera y la cepillaba, hasta dejarla suave como la seda. De su fabricación era una silla que hizo para él, y en la que siempre se sentaba a picar verduras para los animales y aves que criaba. Siempre le gustó criar gallinas, conejos y patos, además de preparar el alimento del perro.

Mi papi era asiduo visitante de este cuarto porque ahí, había también un torno, en donde él hacía sus manualidades. Le gustaba hacer llaveros, que a la vez eran destapadores de botellas (claro que las botellas antiguas, porque ahora la mayoría son de tapa rosca).

Mi papi confeccionaba unas pistolas de fino metal, en las que, el destapador era la curva que moldeaba el gatillo. También hacía unos caimanes con su hocico alargado que tenían forma de sierra y en donde la boca del animal hacía las veces de destapador. Hacía papagayos de perfil… el pico abierto del loro, era el destapador. Y hacía figuras humanas (un tanto pornográficas), miradas también de perfil (todas eran hombres) ¿podrán imaginar qué parte (erecta) hacía de "destapador"?

A las pistolas y los caimanes les colocaba acrílico de colores por ambos lados y luego, las mandaba niquelar para que quedaran brillantes. Les dejaba un orificio al final para colocarles un trocito de resorte y así poder meterlo en el llavero.

En sus horas de ocio mi papi llevaba a cabo su hobbie. Cuando llegaba del trabajo después de comer, tomaba la radio, su litro de vino tinto, una bebida, vasos y unos cassettes de buena música y se iba al cuarto a hacer sus creaciones. Héctor e Iván, también iban con él acompañándolo. Mientras mi papi trabajaba, ellos jugaban, miraban lo que mi papi hacía o se entretenían leyendo las revistas que ahí eran guardadas.

Héctor al ver que mi papi y el abuelito hacían sus manualidades a la perfección también comenzó a hacer sus trabajos, pero lo que él hacía no era para la venta, como lo que hacían los demás, las creaciones de él, eran para que nosotros jugáramos y nos entretuviéramos.

Como no podíamos salir de vacaciones porque escaseaba el dinero, había que buscar una forma de entretenerse esos dos meses de vacaciones.

Entonces Héctor, tomaba la madera de mi abuelito (sin que él se diera cuenta), sacaba las herramientas de mi papi (que eran para metales, las usaba para cortar madera) y comenzaba a dar forma a las figuras humanas, previamente dibujadas en la madera, madera que era escogida, especialmente por su grosor y su ancho.

Estos menesteres sólo los podía hacer cuando mi papi o el abuelito no estaban, ya que ellos tenían la prioridad para utilizar el cuarto. El muy fresco, hasta sacaba la radio de mi papi y se iba con Iván al cuarto a trabajar.

En verano, el cuarto era un horno, porque no tenía cielo de madera, sino que las planchas de zinc estaban clavadas directamente a las vigas. Pero, eso no era impedimento para que los chiquillos fueran para allá en las tardes (a veces yo también iba y los acompañaba).

Las habilidades manuales en la familia han ido trascendiendo de generación en generación. Hoy es el Diego, (hijo de Héctor) quien tiene el don de crear con sus pequeñas manos. Ya no existe el cuarto. Ya no están las herramientas de mi papi. Diego sólo con sus manos da forma a un sin fin de figuras humanas y de animales de plasticina. Es tan minucioso, que da gusto ver los detalles que conforman sus creaciones.

Cuando mis sobrinos (Diego y Claudia), vienen a Santiago y yo les hago sopaipillas o calzones rotos, no puedo dejar de darles un trozo de masa para que jueguen. Entonces Diego, da rienda suelta a su imaginación. Una vez, hizo una gran lagartija que ocupaba toda la paila de freír, me impresionó ver lo perfecta que era. Y más gusto me dio… ver con qué entusiasmo degustaba y saboreaba su propia creación…