viernes, junio 30, 2006

El Cumpleaños Número 60

Noviembre 24 de 2005

En mi familia desde que tengo memoria se hacían algunas celebraciones en el transcurso del año. Una de ellas era el Santo de mi abuelito, Manuel. Había que levantarse temprano a matar las gallinas que serían servidas fiambre con varias ensaladas, entre ellas el infaltable apio con rabanito, que mi tía picaba de una manera muy especial y dejaba en su cabecita (del rábano) las hojitas más tiernas como adorno. El apio se picaba largo y finito y se dejaba toda la noche sumergido en agua para que se enroscara, o se le hacían unos tajitos a los tallos cortados para que con el agua se abrieran y quedaran también medio enroscados. Luego había un asado también con ensaladas y un consomé (que se servía en esas antiguas tazas anchas con dos orejas, una a cada lado). A mi no me gustaba el consomé ni la gallina (debe haber sido porque muchas veces presencié cómo les estiraban el cogote a las pobres gallinas y luego las colgaban con una amarra bajo el ciruelo. Las veía aletear en sus últimos instantes de vida. Era horrible ver ese espectáculo.

Los festejos de los Santorales eran en grande, con hartos invitados, entre familiares y amigos, hasta bailoteo había. Se celebraban las Carmenes, los cumpleaños y no faltaba alguna ocasión para reunirse.

A mi, sólo una vez recuerdo que me celebraron un cumpleaños así en grande, fue cuando cumplí los 13 años. Hasta bailé (ni sabía como hacerlo) Había hartos invitados que se quedaron en casa hasta la madrugada (en ese tiempo había toque de queda).

En el año 2001 hicimos una fiesta así, grande, pero sólo familiar porque el tío Hugo había fallecido hacía poco y no teníamos ánimo de festejar. Así que organizamos una fiesta de celebración del cumpleaños número 60 de mi tía Haydée y también celebramos los cumpleaños de mis sobrinos Diego y Claudia, que están muy cercanos al cumpleaños de mi tía.

Los preparativos de una fiesta siempre son emocionantes. Fuimos un día con mi tía y mi hermanito a comprar los adornos para la fiesta. Compramos unas guirnaldas de colores que parecen flores pegadas una a la otra y que al abrirlas parecen un acordeón bien largo. Compramos hermosos globos (que el Dieguito infló, es “inflador” profesional – tiene unos pulmones increíbles). También compramos cornetas y un gorro especial para cada niño. A las niñas que eran tres: La Claudia como festejada tuvo un sombrero blanco con plumas en el borde, la Camila tuvo otro sombrero con adornos brillantes y la Whitney uno muy similar. Los niños podían elegir entre: Un gorro de Robin Hood, uno de Batman, uno de soldado y uno de capitán… El Diego tenía un hermoso turbante que no se quería colocar porque le daba vergüenza (además que era el niño más grande de la celebración). Compramos una hermosa piñata con forma de canastillo y que en la parte superior tenía varias flores de papel crepé de distintos colores. La piñata ni se rompió y después se la regalamos a la Camila para que la usara en su cumpleaños. Llenamos la piñata de dulces de distinto tipo y hasta monedas les echamos.

Las preparaciones de los alimentos comenzaron muchos días antes. Yo hice un queque de manzana con nuez, un pan de pascua alemán y dos tortas (una rectangular con una cancha de fútbol – para el Diego – y la otra una redonda adornada con flores naturales (alstroemerias) – para la Claudia y mi tía.

Mi tía hizo tacitas, mejor dicho llenó las tacitas porque se compran listas. Y luego las rellenó con pasta de pollo, huevo duro, ricotta y en esta ocasión recurrió a una receta antiquísima de una pasta de zanahorias ralladas con nueces. También hizo una pasta de panitas de pollo con lechuga (todo picado muy fino). Estas recetas eran de su época inmemorial – de cuando celebraban los San Manuel – ni yo conocía esas exquisiteces (es que esta fiesta era especial y diferente). Hicimos entre todos, hasta el Héctor, muchos canapés (que a la Claudia le gustaron mucho). Hicimos unos pinchos de jamón enrollado con queso, salame y aceitunas. Compramos maní salado y papas fritas.

Comenzaron a llegar los invitados y cuando ya estuvieron todos, hicimos sentarse a los niños en el sofá cama (que estaba en casa de mi tía en ese entonces – yo vivía allá) y les sacamos varias fotos. Lo rico de esto es que los niños se conocieron ahí entre ellos, porque nunca había ocasión de juntarlos a todos, para que participaran de alguna fiesta familiar. Yo tengo muchos recuerdos cuando jugaba con la Jani, mi prima, o con la Massiel, Marcela y Marcia. También veía jugar a los chiquillos con el Darwin. Esos recuerdos son ricos, y mis sobrinos no tendrían de esos recuerdos porque como vienen poco a Santiago y por pocos días, no se había dado la ocasión. Así que esta vez los reunimos y les tomamos varias fotos. Los filmamos y luego salimos al patio (era un día nublado) y tomamos fotos cerca del limón que mostraba sus hermosos frutos. Era un gran acontecimiento por lo mismo.

Los sentamos luego a la mesa, donde cada uno tenía un plato con queques, canapés, galletas, trufas y otras cosas. Tenían su cajita de sorpresas y una bolsa para cada uno para que echaran sus dulces. Tomaron chocolate caliente y luego los llevamos al segundo piso a una sesión de películas Disney (Toy Store, Los 101 dálmatas y otras). Entretenidos de esa forma los grandes podríamos festejar tranquilamente.

Simultáneamente, mientras los niños estaban en la gran mesa disfrutando de la fiesta. Los grandes también participaban en el living y el comedor. Donde cada uno disfrutó de una rica taza de chocolate y un trozo de torta (la de selva negra, la cancha de fútbol).

El día de nublado pasó a lluvia… así que el Ivancito, con Héctor y mi primo Darwin, fueron con paraguas a encender el fuego en la parrilla. Estaban bajo la pequeña protección que podía darles el palto con sus pocas hojas. Creo que también tomamos fotos de ese momento. Gracias a que la parrilla tiene su campana no nos quedamos con los crespos hechos y pudimos realizar el asado.

Estaba ya oscuro cuando los grandes nos sentamos en la gran mesa a disfrutar de la carne asada con sus ricas ensaladas (mi tía hizo la Rusa, que le queda tan rica. Una cama de papas mayo con arvejas y zanahorias, sobre eso una capa más angosta de cebolla picada en cuadritos muy finos y al centro el delicioso atún).

El Ivancito se lució con un rico Margarita (con borde de sal y todo), también había ponche de vino con duraznos y bebidas para los niños.

En el equipo sonaban las cumbias de la Sonora Palacios. La Sonora Palacios me trae especiales recuerdos porque teníamos un disco Long Play que era el único medio fiestoquero que teníamos – a mi papi le encantaba – y sólo escuchábamos ése en todas las celebraciones de pascua y año nuevo. Parecía disco rayado… siempre bailábamos lo mismo, pero ahora estábamos más variados. Teníamos algo de Elvis Crespo y de Juan Luis Guerra.

La fiesta seguía desarrollándose con mucha alegría. Hasta que llegó el momento esperado por todos… ¡¡mi tía debía soplar las velitas!! Como eran 60 y no cabían tantas velas en la torta, pusimos las que cabían solamente. Así había velas de distinto tamaño, unas flacas y largas y otras chiquitas. Nos demoramos mucho en encender las velas porque había que empezar del centro hacia fuera para no quemarse. La Mirthita me ayudó a encenderlas. Pero mi tía, tan apurona, no esperó que apagáramos la luz y entonáramos la canción cuando de un soplido ya las había apagado todas.

- ¡Nooooo! ¡No vaaaaaale! – gritámos todos – Con lo que nos había costado encenderlas ahora teníamos que encenderlas de nuevo… las velas flacas y largas se iban deshaciendo rápidamente, así que como pudimos volvimos en encenderlas, para que ahora sí, mi tía soplara con ganas. Mi tía no quería volver a soplar pero ante los gritos de todos volvió a hacerlo.

Los invitados habían llevado un regalo para cada festejado. Lo que yo agradecí mucho porque ir a un cumpleaños y llevar tres regalos no es muy económico… pero mi tía y los niños lo merecían.

Así llegó el momento de abrir los regalos y de romper la piñata… todos estábamos reunidos en lo que antes era el dormitorio de Iván y que ahora era parte de la cocina, pero aún no botábamos el muro para que la cocina quedara más amplia. A penas podíamos filmar y sacar fotos de tan lleno que estaba. La Massiel estaba embarazada y tenía una tremenda guatita, pero eso no le impidió disfrutar ayudando a sus sobrinos a recoger dulces y echarlos en la bolsa que les habíamos entregado con anticipación.

Como esta era la primera vez que nuestra generación se reunía para celebrar un cumpleaños. Todos subimos al segundo piso y nos sentamos en el sofá cama… Otros se acomodaron de pie, detrás del sofá y los demás se tiraron en la alfombra junto con los niños que estaban sentados para iniciar una sesión de fotos. Me preocupe de que la música también estuviera de acuerdo a la ocasión y escuchamos con alegría y emoción:

…”Hoy estamos festejando, entra ya, no tengas miedo
No te asustes que no muerden, somos pocos, pero buenos
Pasa y tómate una copa, que hay lugar para otra silla
déjame que te presente a mi gente, mi familia

Ya lo ves, hablan todos a la vez y después se pelean por un mes
Pero cuando las cosas van mal a tu lado siempre están.
Quiero brindar por mi gente sencilla. Por el amor, brindo por la familia

Si te tiran con un corcho o al pasar te pisa un niño
En el fondo es tan sólo una muestra de cariño
Ya te irás acostumbrando, sólo es gente extrovertida
Cuando griten no te asustes, es que viene, la comida

Ya lo ves, comen todo y después a sufrir con la dieta otra vez
Pero nunca te dicen que no, si les vuelves a ofrecer.

Quiero brindar por mi gente sencilla, por el amor, brindo por la Familia…”



Y así los 60 años de mi tía quedaron inmortalizados en la cinta de la filmadora, en las fotos y en la memoria… de toda la familia.