viernes, junio 16, 2006

Despedida


Yo tenía muy claro que con Gonzalo jamás iba a volver.

Para comenzar una nueva relación debía dejárselo claro a él también y por esa razón lo llamé y conversamos. Después de un mes de nuestra ruptura, ambos estábamos relativamente bien. Finalizamos nuestra conversación amigablemente y con palabras de buena crianza.

Había pasado la noche en casa de mi tía para poder llamarlo desde el teléfono de red fija. Así que al día siguiente me fui a mi trabajo y luego a mi casa.

En el trayecto a casa, el rememorar mi conversación con él, me produjo por primera vez, (desde que habíamos terminado), una sensación de pérdida. Pero no por perderlo a él, sino por perder mis sueños, mis ilusiones. Me angustié. Había comprado una casa, para compartirla con él, había pololeado a la distancia (en una relación muy difícil por la lejanía y el no poder estar frente a frente a diario) durante 3 años. Tenía la esperanza que algún día estaríamos juntos, habíamos soñado con tener hijos, hasta teníamos el nombre de nuestra primera hija… Marian.

Pero una vez más el día se volvió noche… y caminé en una noche sin luna, caminé en la oscuridad absoluta, sin saber hacia donde dirigirme, por un sendero triste, inhóspito, desolado, abandonado… Abrí los ojos y me encontré en mi jardín, regando unas lechugas que ya no quería comerme, regando unas flores que había cultivado para que cuando él viniera disfrutara de todo eso conmigo.

Mis lágrimas inundaban mi jardín… había perdido todo… un compañero, un sueño de ser madre… ya no había futuro, sólo lágrimas y tristeza… y una casa enorme para mí y mi soledad. Y fui llanto, y pena, y angustia, y agonía, y frustración, y desaliento… y sentí odio, desprecio, rabia, humillación, decepción… y no sabía hacia donde me dirigía, como una brújula en mal estado que da vueltas y vueltas sin encontrar el rumbo. De pronto me di cuenta que mis flores lloraban conmigo, mis lechugas me abrazaban los pies y mis lágrimas las golpeaban como granizo… las hería, les hacía daño… dejé de llorar.

La voz de mi amiga Paola me reconfortó, sus palabras apagaron mis sollozos… el llanto me desahogó, volví a ver el sol y fue la última vez, que mis ojos lloraron por él.